Epopeia

La Creación

En el principio, nació Hazal. Hazal, inicio de toda vida, separó el bien del mal, la luz de la oscuridad y todos los antagonistas que existían en ese caos primordial, unidos antinaturalmente.
Acabada esa tarea, Hazal escribió las leyes de la vida, aquellas por las que se regiría cada una de sus creaciones hasta el fin de los días. Dijo que todas debían morir tarde o temprano. Que todas las criaturas del mundo debían servir para algún propósito. Que todas ellas debían obedecer sus normas, y que, si no, algo terrible pasaría.
Creó así a los Dragones. Seres sobrenaturales, inmortales y sabios que vivirían por siempre, juzgando a aquellos que no fueran merecedores de estar en el mundo perfecto ideado por Hazal. Los dragones iniciarían el Juicio Final tan pronto como una de sus criaturas se saltara las normas que el Creador había ideado para mantener el orden y la paz en su mundo.
Sucedió entonces que, creando a todas las criaturas existentes, bestias y plantas, una particular bestia llamó su atención: el Hombre. El Hombre vivía de una forma distinta a las otras viles bestias. Tenía algo que le aproximaba más y más a la divinidad de su creador. Por ello, Hazal se apiadó del Hombre y decidió hacer algo para protegerlo. Creó así el Cielo y el Infierno. Se encargaría él, personalmente, de juzgar a los hombres, en lugar de sus todopoderosos dragones. Pero sólo lo haría en el momento de su muerte. Sería él el que decidiera si iban al cielo, donde olvidarían sus días mortales para consagrarse a la sagrada tarea de proteger a la humanidad, o al Infierno, donde serían torturados por sus recuerdos hasta el fin de los días.
Y así, creado el mundo, Hazal pudo descansar al fin, y observar su majestuosa obra, llena de verdes montañas, ríos rebosantes de peces y pequeñas cabañas de los Hombres que surgían entre el vergel de fragantes aromas.

Iadán

En los albores del Hombre, Hazal encontró mucha maldad escondida entre la divinidad de dicha bestia. Además, observó cómo el Hombre, y su intelecto, resultaban débiles ante la poderosa fuerza de otras bestias.
Por ello, Hazal decidió elegir, de entre todos los humanos, a dos heroínas, para dotarlas con el don de la Inmortalidad. Ellas serían las destinadas a proteger al Hombre en el plano mortal de la existencia, de las demás bestias y de sí mismo.
Bajo la vigilancia de las heroínas, el hombre creció libre y formó grandiosos reinos en los que, se sentara quien se sentara al trono, reinaba la paz y la prosperidad.
Sucedió, por desgracia, que entre esos reinos nació un niño. Sus padres lo llamaron Iadán, y observaron maravillados cómo se convirtió pronto en un poderoso mago. Pero sucedía que Iadán, habiéndose hecho ya adulto, se vio más digno que las mismas heroínas y quiso el don de la Inmortalidad para sí mismo.
A espaldas del Creador Hazal, Iadán se valió de sus artes oscuras para abrir a ambas heroínas en canal, buscando en sus entrañas lo que les daba el Don. No encontrándolo, Iadán decidió devorarlas, perdiendo así todo aquello que lo vinculaba con el Hombre. Era un precio nimio, según su razón, a pagar por la capacidad de vivir por siempre ante todo.
Hazal, que lo había visto todo, decidió actuar, y con su voz le gritó a Iadán:
"Disfruta tus primeros años, Inmortal. Disfrútalos, pues pronto tu eterna dicha se convertirá en condena. Pronto la carne que hoy es fuerte y joven deseará más que nunca el separarse de tus huesos. Pronto, pues yo te maldigo, indigno Inmortal. Te maldigo a una eternidad de desdichas. Te maldigo a ver cómo mueren uno tras otro tus seres queridos. Yo te maldigo, Inmortal"
Haciendo caso omiso, Iadán fue feliz en un mundo en el que él era el más poderoso. Pronto fueron muriendo sus seres queridos. Sus padres, sus hermanos, su esposa y sus hijos, y él siguió siendo un joven mozo. Y, tras milenios de dolorosa existencia acumulando sólo poder, Iadán comprendió, tarde, que robar los regalos del Creador es un acto que siempre recibe castigo.